Sudeste Asiático
Los indonesios, cuando hablan de su patria, no hablan de su “tierra” sino de su “tierra y agua” (tanah air). Como cuenta Catherine Basset, el archipiélago indonesio aúna estos dos universos contrapuestos. La costa, la periferia y el agua configuran un mundo abierto, de diversidad e individualidad, en contacto con el comercio histórico y los colonos. El interior, el mundo agrario, está centrado en la montaña (o el volcán), es un universo concéntrico donde el tiempo está encerrado en ciclos. Aquí es donde se desarrolla la música de gamelán. La música y el propio instrumento, un gran conjunto de gongs y metalófonos golpeados con macillos, se estructura como la montaña: forma en el espacio sonoro una pirámide en la que un instrumento interpreta un mayor número de notas cuanto mayor sea su altura. Frente a la música occidental, lineal, narrativa e individual, la música del gamelán configura un espacio estructurado y colectivo.
Una de las primeras descripciones occidentales sobre estas músicas se recogen en los diarios del Antonio Pigafetta, “lenguaraz” cronista de la primera vuelta al mundo de Magallanes y Elcano, que transito por Canarias y por Cebú, en Filipinas, donde anotó: “encontramos a cuatro jóvenes que se ejercitaban en la música: una tocaba un tambor parecido a los nuestros, pero colocado en tierra: otra tenía a su lado dos timbales y en cada mano una especie de clavija o pequeño martillo, cuya extremidad estaba guarnecida de tela de palmera, con el cual golpeaba ya sobre el uno ya sobre el otro; la tercera tocaba de la misma manera sobre un gran timbal; y la cuarta tenía en la mano dos pequeños címbalos, que, golpeándolos alternativamente uno sobre el otro, producían un sonido muy suave. Guardaban todas tan bien el compás, que era necesario concederles un gran conocimiento de la música. Estos timbales, que son de metal o de bronce, se fabrican en China, y le sirven de campana y se les llama agon (gongs)”.
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Grabación de niña hanuunoó tocando una flauta lantuy, un instrumento normalmente tocado por mujeres, tanto con la boca como con la nariz. Es la propia intérprete la que la construye a partir de una caña de bambú bagakay (Schizostachyum lima). Los hanuunoó son uno de los ocho grupos indígenas mangyan que habitan Mindoro, la séptima isla más grande de Filipinas. Originariamente habitantes de la costa, se desplazaron al interior para evitar la influencia colonos extranjeros como los tagalos o los españoles. En otras zonas de Filipinas la huella colonial española si se produjo, por ejemplo en las estructuras musicales de las jotas y polkas que forman parte del folclore filipino, algo que nos conecta con aspectos de la ascendencia hispana en el folklore canario.
Tres siglos después de la primera vuelta al mundo, recibió el Marqués de Villanueva del Prado semillas remitidas desde Filipinas, quien las compartió con su amigo Viera y Clavijo, en Gran Canaria, para que le aconsejara sobre su cultivo y la ubicación más idónea para crear un jardín de aclimatación, que finalmente enraizó en La Orotava.
Por documentos sabemos que las primeras semillas que llegaron desde filipinas fueron de canela, banaba, calumpang o batán, junto a otras plantas asiáticas o americanas como algodón, achiote, tindalo, areca, mangos, nuez moscada y flores exquisitas… se abría así una correspondencia que conectaba a La Orotava con el planeta, y a través de Wildpret -quien fue jardinero de La Orotava y diseñador de estos jardines- con Doramas.